domingo, 18 de agosto de 2013

"EL BANCO…"

"Con el tiempo, te das cuenta lo breve que es la felicidad.... ¡ atrápala! y, conquístala... en cada instante cómplice"

EL BANCO…

No escogieron ese sitio. Tal vez, les escogió el a ellos…

Supuso un lugar imprescindible en sus vidas, en su historia. El banco fue punto de encuentro de una concatenación de experiencias dignas de perpetuar el lugar… Simplemente, se convirtió en un elemento fiel que ha conformado el testimonio de un amor largo y profundo…, de esos que nacen primero desde dentro y, luego, como la mejor enredadera embellece el exterior con crónicas dignas de ser escuchadas….

El banco tomó el rol de un juglar mudo. Retransmisor de sensaciones a cuantos allí se han sentado.  Para los que la recuerdan, que deben ser pocos, la imagen de aquellos amantes escenificaba cual obra shakesperiana que daba vida a aquel rincón del parque.

La probabilidad de custodiar entre las fisuras de su madera los secretos de aquella pareja, aumentaban en las citas qué, durante más de medio siglo, cada día al caer la tarde, allí se producía…

El sonido humano dejó de tener trascendencia para aquellos enamorados. Los tabúes y las normas morales en público, estaban exentas de amonestación cuando de Lola y Antonio se trataba. Cuando estaban juntos, los minutos se ralentizaban difuminando las manecillas del tiempo. Estaban protegidos por el azar después, de esperar esas citas religiosas y merecidamente…Como bien decían, almas gemelas reencontradas en el siglo XX.

En ocasiones, y, buscando el fulgor de una pasión alimentada por la ilusión, procuraban escenarios clandestino teniendo como testigo a la luna. En esas noches en que la ciudad estaba serena y sosegada de viandantes, donde algunos dormían en habitaciones frías, cálidas para otros, con ecos de sueños amarillentos cuyos destinos era posiblemente morir en un “si hubiera…”.  Lola y Antonio se perdían en ella cuando nadie la vivía. A solas con sus sombras y deseos, cuyas miradas picaras y juguetonas buscaban unos labios  entre suspiros y susurros que movían por dentro a millones de mariposas que les recordaban la magia que sintieron al principio de sus quince años, y, que aún, pervivían en la boca de sus estómagos…

Durante setenta años, las líneas paralelas de las calles ausentes de fervorosos que ocupasen aquel banco, terminó siendo escenario benefactor  de sus entregas en embriagadoras y entusiastas noches de anhelos delatadores de una piel…

Fue entonces….

Cuando el tiempo prestado finiquitó los instantes con una lluvia fina de silencio y soledad…

Hoy, el banco lleva una fecha…, unos nombres… Inmune a la duda de cuantos caminantes se paran a leer la pequeña y dorada placa donada por los testigos mudos de aquella escenografía romántica.  Anales alejados del pudor, la murmuración y la incredulidad de un amor real, autentico y tangible como fueron sus miradas, sus caricias  sus besos… Una sublime abnegación de ternura y pasión que enaltecía la lealtad de un sentimiento…

El banco sigue en su lugar presidencial, frente a una fuente con cinco chorros y en medio una mujer con prominentes curvas portadora de un violín en su mano izquierda. Los narcisos y jazmines adornan con su aroma y visión, un lugar convertido en altar.


Una placa con dos nombres y una fecha, otorga su propiedad a dos amantes clausurando los capítulos de una vida con una frase larga… “Han vivido de ti muchas estaciones y pasiones enredadas qué, han abrazado el tiempo en sueños tangibles. Este banco ha sido testigo de los momentos de dos almas que estaban destinadas a encontrarse,… Lola y Antonio….”


Esther Mendoza.


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