"Con el tiempo, te das cuenta lo breve que es la felicidad.... ¡ atrápala! y, conquístala... en cada instante cómplice" |
EL BANCO…
No escogieron ese
sitio. Tal vez, les escogió el a ellos…
Supuso un lugar imprescindible
en sus vidas, en su historia. El banco fue punto de encuentro de una concatenación
de experiencias dignas de perpetuar el lugar… Simplemente, se convirtió en un
elemento fiel que ha conformado el testimonio de un amor largo y profundo…, de
esos que nacen primero desde dentro y, luego, como la mejor enredadera
embellece el exterior con crónicas dignas de ser escuchadas….
El banco tomó el rol de
un juglar mudo. Retransmisor de sensaciones a cuantos allí se han sentado. Para los que la recuerdan, que deben ser
pocos, la imagen de aquellos amantes escenificaba cual obra shakesperiana que
daba vida a aquel rincón del parque.
La probabilidad de
custodiar entre las fisuras de su madera los secretos de aquella pareja,
aumentaban en las citas qué, durante más de medio siglo, cada día al caer la tarde,
allí se producía…
El sonido humano dejó
de tener trascendencia para aquellos enamorados. Los tabúes y las normas
morales en público, estaban exentas de amonestación cuando de Lola y Antonio se
trataba. Cuando estaban juntos, los minutos se ralentizaban difuminando las
manecillas del tiempo. Estaban protegidos por el azar después, de esperar esas
citas religiosas y merecidamente…Como bien decían, almas gemelas reencontradas
en el siglo XX.
En ocasiones, y,
buscando el fulgor de una pasión alimentada por la ilusión, procuraban
escenarios clandestino teniendo como testigo a la luna. En esas noches en que
la ciudad estaba serena y sosegada de viandantes, donde algunos dormían en
habitaciones frías, cálidas para otros, con ecos de sueños amarillentos cuyos
destinos era posiblemente morir en un “si hubiera…”. Lola y Antonio se perdían en ella cuando nadie
la vivía. A solas con sus sombras y deseos, cuyas miradas picaras y juguetonas buscaban
unos labios entre suspiros y susurros que
movían por dentro a millones de mariposas que les recordaban la magia que sintieron
al principio de sus quince años, y, que aún, pervivían en la boca de sus
estómagos…
Durante setenta años, las
líneas paralelas de las calles ausentes de fervorosos que ocupasen aquel banco,
terminó siendo escenario benefactor de
sus entregas en embriagadoras y entusiastas noches de anhelos
delatadores de una piel…
Fue entonces….
Cuando el tiempo
prestado finiquitó los instantes con una lluvia fina de silencio y soledad…
Hoy, el banco lleva una
fecha…, unos nombres… Inmune a la duda
de cuantos caminantes se paran a leer la pequeña y dorada placa donada por los
testigos mudos de aquella escenografía romántica. Anales alejados del pudor, la murmuración y la
incredulidad de un amor real, autentico y tangible como fueron sus miradas, sus
caricias sus besos… Una sublime abnegación
de ternura y pasión que enaltecía la lealtad de un sentimiento…
El banco sigue en su
lugar presidencial, frente a una fuente con cinco chorros y en medio una mujer
con prominentes curvas portadora de un violín en su mano izquierda. Los narcisos
y jazmines adornan con su aroma y visión, un lugar convertido en altar.
Una placa con dos
nombres y una fecha, otorga su propiedad a dos amantes clausurando los
capítulos de una vida con una frase larga… “Han vivido de ti muchas estaciones y
pasiones enredadas qué, han abrazado el tiempo en sueños tangibles. Este banco ha
sido testigo de los momentos de dos almas que estaban destinadas a encontrarse,…
Lola y Antonio….”
Esther Mendoza.
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