Un cumpleaños siempre es
motivo de felicidad, de celebración y, de paso, un involuntario repaso por
trescientos sesenta y cinco días del año que atrás quedan con vericuetos que
llenan los márgenes de una vida.
Aunque la edad sea en
ocasiones un molesto número en el calendario, soy consciente visto los últimos
acontecimientos, de lo afortunada que hoy soy.
Alguna vez he expresado
que no me gusta hacer balance de mi vida; generalmente mirar para detrás no
suma, sin embargo, otra cosa bien distinta es recordar los tropiezos donde he
aprendido y cuya nota de examen fue lo suficientemente alta como para no
repetir curso. Los alumnos aplicados reescribimos páginas en blanco con
aportaciones llamadas experiencias de un valor incalculable.
He descubierto que me
gusta más que nunca mirarme en el espejo. Se trata de un espejo muy particular,
un intercambio generoso de vivencias y consecuencias que hacen retornar la
imagen gestada de los propios actos. Todo ello, se refleja en un rostro amigo
que me devuelve aquello que soy, una “mujer junco”.
Es cierto, se dobla, mas no se parte, no roba la luz ajena, pues conoce bien la
suya, que acepta sus limitaciones pero ensalza sus logros, ama con pasión y
llora cuando tiene ganas, calla cuando quiere y habla por los codos cuando está
frente a alguien que muestra interés por sus palabras. En definitiva, una
perfecta imperfección sinfónica que eriza la piel, con la misma facilidad que
enerva los ánimos.
He aprendido de la
crítica en todas sus acepciones. Y, aunque no siempre se recibe de buen grado,
es verdad que me lleva a la reflexión de cómo los años calman el ímpetu,
agudiza el ingenio para tildar de importante o no, con su correspondiente grado
de urgencia, lo que merece la pena sacarte de tus “casillas”
Mi pacto con los años no
va más allá de la predisposición a apreciar los inesperados regalos de la vida,
la observación prestada a cuanto y cuántos me rodean son sus historias y
enseñanzas llevándome a subrayar las dudas y dejando a éstas en la categoría
“no dedicar más tiempo del merecido”, a resaltar en rojo el “arrojo” por vivir
y sentir en cada poro de mi piel y de mi ser, las dulces caricias de un de
repente tu…
Los años suman, las
coyunturas escasean, lo imprescindible termina siendo “ya veremos”, las preocupaciones adquieren otras
connotaciones, todo lo que no sea salud, trabajo y amistad, puede esperar en la
bandeja de salida de “en otro momento te reviso”
Y, no…, no me he olvidado
del amor…
Cuando logras un
equilibrio entre tiempo y realidad, conquistas campos yernos que
inesperadamente recobran vida y dan frutos dulces que la semilla de la
paciencia premia cuando nada esperas, cuando aceptas quien eres y amas todo
aquello que representas… Entonces, aparece cupido con la flecha de la ilusión
que traen oportunidades tardías…
Felicito a mis padres por
ser un puente entre sueño y realidad, la realidad de escribir mi propia
historia…
Esther Mendoza.
¿Años? Pacto con el diablo has firmado para que pase el tiempo y mejores como el buen vino.
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