sábado, 20 de julio de 2013

"El NIÑO QUE SE ACUNABA SOLO..."



"Déjame acunar en la alegría y en la tristeza, pues al hacerlo, mi alma danza con la esperanza de exiliar los fantasmas ocupas que llama soledad, a aquello que es mera supervivencia afectiva...."


La tenue luz me lleva por el pasillo que recorre parte de mi historia. Los fragmentos desordenados van tomando forma a medida que les dicto un orden para no perderme por pasajes fantasmas que se creen ocupas de algunos capítulos. Y, aunque la vida tiene el don de eliminar cuanto le viene en gana, en lo pobre o en lo generoso, sin contar con mi aprobación, ¡todo ello suma! al abandono caduco de un honor instalado en mi noctámbula soledad….

Mejor, regreso a mi universo sensible, donde el silencio acaricia las palabras que quedan atrapadas en mi garganta, y, cuyos retratos de imágenes desdibujadas, aplacan mí melancolía…

Mis ojos recorren la habitación,  no estoy solo. No consigo abandonar esta  molesta sensación de residir en una vida ajena a mí, y, a la vez, ser parte intima que llena los huecos vacíos de un hogar…

Mi inocencia contempla las expresiones familiares que disfrazan emociones ajenas para mi; la de unos seres a los que me unen lazos indivisibles. Una elección natural que forma parte de mi paso por este plano. Voces allegadas, rostros que buscan mi proximidad en impolutos  comportamientos, gestos afines en refinadas sonrisas qué, acompañan tímidas caricias que se pierden entre mis rizos rebeldes. Por alguna razón que aún no entiendo, no me emociona, no me importa…

Por inercia cierro mis ojos, alejándome de una fusión que no encaja, sin embargo, ellos esperan que salga de mis labios una hilera de pensamientos hilvanados en palabras qué, desvele mis silencios. Una frase, una palabra que acorte la distancia que nos separa, esa distancia insalvable que nace  entre el mundo infante y el abismo de los adultos…

Rostros portadores de caretas llevadas inconscientemente. Anacrónicas en un modelo pulcro de emociones tangibles que adolece de misericordia. Adeptos a encorsetamientos afectivos filtrados por un veredicto adulto que sentencia una plegaria ajena al quebradizo humano.

Una inconquistable vulnerabilidad alza la espada de Damocles en pos de una máxima que ha asfixiado a sus niños interiores…

Observo el movimiento de mis piernas.  Un arrullo amigo que me mostró en la cotidianidad de los días, el suplicio incomprensible que expatria mi dosis de afectos… 
 
Desde un patio de butacas, advierto los movimientos de los transeúntes de una vida en común. Personas ajenas a estos pensamientos, comulgan con las  etiquetas impuestas qué, les obligan a danza en la clandestinidad de la voluntad..., a solas, en silencio, con un niño que aprendió a acunarse solo… 

Almas huérfanas  de mohínes y palabras que exilie el solitario arrullo que pide a gritos el rescate de su identidad infante…

Sé, que esperan de mi, palabras que acorten desemejanzas que destierre el frío manto que ha mutilado sus capacidades de entrega. 
embiste su memoria fotogramas dolorosos que se cuelan en la ausencia de unos brazos que nunca, le acunaron…, le arroparon…, susurrándole al oído, una nana que enviudó con su primer llanto…

Sus piernas mecen el resto de su cuerpo. Un cuerpo de pocos años que entorna los parpados para reencontrarse con el alma que le abriga y calma el tiritar de su corazón sediento de amor y protección…

Deja voces a los lejos entornando sus ojos. Imagina unos labios posándose en su frente, un abrazo tardío, y, unas maternas manos jugando con los mechones de su cabello…

En la distancia oye el canto de las sirenas que se despiden del marinero. Durante una vida, ha surcado las entrañas de los océanos buscando alivio en la sal que bañara sus cicatrices. Esboza una sonrisa al perderse entre los recovecos de su memoria al recordar con cierta melancolía, las fisuras de una vida carente de la complicidad propia de unos lazos inquebrantables. 

Batallas campales se cobraron durante años un feudo legítimo que perdió posiciones ante aquellas corazas de acero cuyas cerraduras, evitaba entrever sus propias tormentas…

Las finas arrugas que dibujan hoy su rostro de adulto, desdibuja el gélido rastro de una añoranza ante la llegada de una cálida brisa qué, inesperadamente, se cuela por los poros de su piel, por las rendijas de su alma de niño grande, que a manos llenas le ofrece un mapa de ruta que la lleva a posar un cálido beso en sus labios..

….Abre sus ojos. Cruza su mirada con ese rostro recién llegado y, al tiempo que toma su mano, hecha el ancla para conquistar a su destino, o quién sabe, si, a su burlona suerte…

El reflejo de un asiduo y amigo balanceo, reconforta al adulto y recuerda al niño qué,  nunca es tarde para ser, aquello que debió ser…

Ahora sus pupilas reposan en otras pupilas, su mundo es compartido, la soledad se perdió entre las esquinas de la ilusión dando paso a la dulce melodía de estar, y permanecer en el arrullo de otra piel…

Esther Mendoza.  






2 comentarios:

  1. Delicioso y perfectamente hilvanado, me has hecho desear volver a nacer.

    Abrazos querida amiga.

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  2. Gracias amiga por tu comentario, precioso. Todos deseamos alguna vez volver a la niñez...
    Un beso enorme!

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