Se acostumbró a no sentir, cuando sentía...
… Dejo que su cuerpo flotara. Se
abandonó a un ahora que la superaba
cediendo la voluntad al desvarío de un momento…
Con los años, comprendió que existían
días que la manejaban de forma caprichosa, vapuleándola a merced de las circunstancias, esas invitadas no
deseadas que se sentaban en su mesa a la hora de comer.
… Ella, que se creyó tan
fuerte como un Sauce, vio como cada una de sus ramas se rompían como
consecuencia de sus propias tormentas… descubrió entonces, que la vida, la
suya, era una brújula sin agujas...
Aprendió tan bien el arte de
parecer, que le resulto fácil dibujar en su rostro una sonrisa que ocultase su
perenne aflicción, a poner brillo en sus pupilas y a medir el borde de un
lagrimal que amenazaba con desbordar la liquida tristeza frenada y dominada en
el último momento…
Educo su tono de voz para disimular
el ahogo que en su garganta quedaba preso de un mantra que se repetía una y otra vez con
un ¡“ahora no”!, ¡ ahora no! asfixiando de esa manera, el siempre tan temido gemido de desesperación y dolor...
Sin saberlo, se acostumbró a
creer que era feliz…
Esther Mendoza.
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