![]() |
El tiempo es un testigo que nos recuerda la brevedad de lo que realmente importa. |
…En la antesala de mi
inminente cumple, me viene a la memoria mi once cumpleaños. Por aquel entonces
y frente a una tarta de nata y café hecha con galletas María, - ¿quién no las
recuerda?, aún gobiernan un lugar privilegiado en los estantes de cualquier
supermercado-, mi madre buscaba mi mirada esperando encontrar una sonrisa de complicidad
en su acertada elección con la base en la que pondría dos números uno. Me
sentía obnubilada por aquella mesa sencilla; encabezada con la vajilla más
repetida de la época, una duralex de
color marrón que tanto me gustaba, llenaba de color el fondo del mantel color
vainilla. Pero, lo más especial de mi día y causa del insomnio de la noche
anterior, sin lugar a dudas era descubrir el trono con que cada año mi madre me
sorprendía.
Durante más de cinco
generaciones en mi familia materna a las niñas en su onomástica se les engalanaban
su silla con flores naturales. Mi progenitora, que tan bien conocía las flores que
me gustaban, las elegía con tiempo de antelación y en un perfecto orden y gama
de colores, vestía mi puesto en la mesa para resaltar en el calendario la
importancia de ese día diez de septiembre…
Mi vestido de cuello
bebé combinaba perfectamente con las margaritas y rosas blancas de aquellos
ramos recién cortados. Una pequeña y discreta tiara de mi tía abuela, reposaba
sobre mi cabeza entre dos coletas rebeldes que nunca tenían la forma que yo
deseaba. Las pequeñas rosas de plata envejecida por el tiempo de aquella
diadema, terminaron siendo durante años, la joya más preciada que podía lucir.
Y, aunque han pasado algunas décadas desde aquel entonces, mi
silla privada de pétalos blancos y tímidas margaritas, aun reina en un rincón rodeada
de millones de instantáneas almacenadas en mi memoria y en la casa que me vio
crecer.
Mi madre, tías y abuela
cuyo cometido entre otros era recordarme la mujer que estaba destinadas a ser,
hoy no están. Cada día y en especial mis cumpleaños, recuerdo como se ponían a
mi alrededor halagando lo que ellas llamaban mis dones al tiempo que me recordaban, aquello que siendo menos
afortunado, debía mejorar….
Todas y cada una de
esas maravillosas mujeres conformaran esos lazos invisible que me recordaran
siempre lo afortunada que he sido por nacer y crecer entre ellas; féminas que
supieron hacerse así misma desde la creencia de una identidad, la de ser mujer
por encima de todo.
A mi madre y a cuantas
mujeres me han vestido de experiencias, gracias…
Esther Mendoza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario