“Entonces, cuando la
marea baje cerraré el equipaje y no me conmoveré”.
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Muchos han hablado sobre ello dando pautas qué, al leerlas, sin resistencia comulgamos a pies juntillas con el firme propósito de llevarlas a cabo. Sin embargo, el ritmo y las exigencias de nuestro entorno, las relegan a un lugar injustamente infringido…. Me refiero, aquellas pequeñas e invisibles cosas que realmente importan…
Se acerca la navidad y
parece que el espíritu navideño se respira en el aire. Las esquinas de la
ciudad, se vuelven cómplices con las miradas de los transeúntes. En los pasos
de peatones, los extraños comparten tímidas sonrisas esbozadas con cierta
empatía y, así, un interminable etcétera conformaría una larga lista de
delatadores detalles que nos presentan ante los otros, de una forma diferente.
Me pregunto sí, toda
ésta magia, es fruto de una festividad que convierte en excepcional una actitud
que debería ser propia y habitual desde once meses atrás. En todo caso, siempre
sale en nuestra defensa el propósito de enmienda. Una iniciativa que acordamos
llevar a la práctica cada primero de año; predisposición que en algunas
oportunidades, se ve abortada antes de que llegue por entonces el lejano y
místico diciembre.
Hace unos días en un
acto de benevolencia conmigo misma, y, contraria a mis principios de “¡nunca
hacer una valoración de mi vida!”, mi debilidad humana me llevó a la
clandestinidad de unos pensamientos alojados en la discreción de mi santuario,
que no es otro qué, el de mi hogar.
El escenario era
proclive; coyuntura que llevó a colarse por las fisuras de unos criterios a la inesperada introspección. Era casi lógico, fuera llovía a cantaros y las gotas
de lluvias se estampaban contra el cristal; tal vez, buscando el calor de una
chimenea que frívolamente mostraba entre las brasas, el confort de una morada.
La pregunta convertida en tópico, y nada rebuscada, hizo que meditase sobre
aquellas cosas que realmente importan y, por lo tanto, llevaría en una “maleta”
cuando me tocase abandonar mi condición de mortal.
En esta columna de “Más
que Divinas”, hoy, haré una excepcionalidad dejando el humor a un lado para
hablar de aquello que deja de ser simple cuando
te paras a analizarlo. ¡Todos!, sin excepción alguna, nos hemos hecho
esa misma pregunta en alguna circunstancia…
Y, tú… ¿qué te llevarías?
Hoy, doy comienzo a la columna con una pregunta entre los bucles de mis
renglones donde espero, podáis cavilar sobre el contenido de la maleta que
todos portaremos.
… Y tú, ¿qué te
llevarías…?
… “Entonces, cuando la
marea baje cerraré el equipaje y no me conmoveré”
¿Te
conmoverías ?...
Con cierta prudencia y,
a lo largo de nuestra existencia, vamos introduciendo en ella retazos de una
vida. Sueños, anécdotas, instantes, encuentros y desencuentros. Ingredientes
indispensables que forman parte del puzle de una historia, la nuestra. Hay
momentos en que esa pregunta surge como un fantasma rompiendo nuestra
cotidianidad con la maliciosa intención de recordarnos la brevedad de los años,
lo efímero de la vida, lo sublime y especial de lo no tangible, tesoros
alojados dentro de cada individu@; que desgraciadamente muchos abandonan este
plano sin haber reconocido el obsequio que había en su mochila personal.
Si hoy tuviera que
embalar cuantas cosas importantes he acumulado en mi vida, el concepto de amor
lo guardaría en un recoveco de mi alma para llevármelo conmigo a donde quiera
que me toque ir después. Se trata de adoptar aquellas huellas que deja el
sentimiento cuando ¡por fin!, lo has conocido, el amor. Con él nace la
generosidad, la libertad, el perdón y ¡lo más difícil!, reconocer a su mayor
enemigo, el ego. Seguidamente y con mucha ternura, acomodaría millones de
escenas familiares. Las que surgen de la rebeldía, de la juventud, de la disciplina
de unos padres, del esfuerzos de esos mayores por darnos lo mejor de sí mismo
tratando con ello, de mitigar sus errores; fruto del desconocimiento que todos
tenemos al ser primerizos en ese rol.
Mi
debilidad… ella….
Siento verdadera
adoración por mi hija. Imprescindibles para mí, su risa junto al desorden que
provoca ¡nada más entrar por la puerta!, su apoyo, su afecto, el sonido del
piano cuando arroja sobre él, todas sus frustraciones y devociones consiguiendo
con su dolor, sacar notas que calmen su alma y a la vez la mía…
Continuando con mi
lista y, no por el orden menos importante,
mencionaría al compañero que anda en mi presente la misma senda que la
suela de mis zapatos acaricia cada día. Con sus luces y sombras, él logra
desbancar la desidia y evita que el virus de la intolerancia incapacite el
éxito de una relación sana, madura y maravillosa. Nada es fácil, y, a veces,
las oportunidades tardías nos llegan con una gran dosis de pasión y entrega, sumando sorpresivamente a
los días de nuestro calendario.
La amistad ocupa un
privilegiado lugar en mi lista. Una
palabra a menudo mal aplicada por personas que desconocen su verdadero
significado. Mi opinión, nace de la experiencia y los años. Con cierto margen
de error, la asocio con aquellos llamados a fila donde muchos se inscriben,
pero pocos se quedan… ahí, es donde se pierden esos sucedáneos con la etiqueta
de amigos. Afortunadamente, el universo me ha premiado con algunos de ellos que
entran en la categoría de “incondicionales”. Un trabajo de conquista que va en
dos direcciones; resaltar mi orgullo por esas maravillosas mujeres divinas que
permanecen a mi lado, y yo, junto a ellas, aprendiendo y creciendo en cada
encuentro. Mujeres valientes y referentes de lucha, dignidad y osadía.
Guardemos con esmeros y
celo los fotogramas de una sonrisa recibida al otro lado de la cama al
despertar, aquellos silencios elegidos, los paseos otoñales, la brisa en el
rostro, y un incuestionable e interminable listado de cosas simples que marcan
las agujas del reloj de nuestra historia.
Si tuviera que hacer
hoy mi maleta, la haría sin prisas, agradeciendo con el lento movimiento de mis
manos, cada costura al doblar uno por uno mis recuerdos…
Esther Mendoza.
Tu presencia es como una caricia de otoño...
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