Hay que morder el polvo primero, para saborear
la gloria de la perseverancia después…
E.M.
|
Se preguntaba porque
aun siendo un hombre joven, el espejo cada mañana le devolvía un rostro
anciano. Tal vez, tendría que aceptar que las personas envejecían más
rápidamente cuando las esperanzas y las ilusiones, se arrugaban en un bolsillo llamado
falsas oportunidades. No resultaba fácil entender que aquello que más se teme, es lo que se debe enfrentar...
Al caer la tarde, se
sentó en su sillón de caoba y
piel envejecida frente al ventanal que daba a su jardín;
un butacón heredado de su abuelo paterno. El viejo capitán de barco siempre
que regresaba de sus travesías, mientras llenaba su pipa, le contaba interesantes
aventuras que de pequeño le pedía escuchar; trataban ¡de intrépidos lobos marinos!. Sus ojos
enormes se agrandaban como las velas de un navío desdibujando las pocas pecas que
salpicaban su rostro infante al ocupar el protagonismo de la expresividad.
Muy
rara vez, mostraba su perfecta dentadura acompañada de una generosa sonrisa. ¡Sólo y
exclusivamente!, cuando escuchaba aquellas historias que contaba su yayo…
… Nunca, le resultó fácil
sonreír…
Casi cuarenta años separaban aquellos recuerdos de su presente. Una mueca agridulce se reflejó en su hermosa boca varonil al rememorar esos fotogramas que guardaba celosamente en un rincón de su alma.
Contempló el ocaso de
un día que nuevamente se llevaba con las últimas luces, los intentos fallidos por conservar y proteger su mundo y a los suyos. Promesas de
papel salidas de las bocas de unos pocos qué, un día, engordaron su lista de inscriptores
bajo el seudónimo de “amigos”. Ningunos hoy, tenían la valentía de quedarse y
recoger a su lado, los restos de un devastador Tsunami llamado crisis.
Sus pensamientos
seguían su curso, sin freno y sin la menor consideración. Poseía una mente
dictatorial, acostumbrada a gobernar su cajón desastre sin darle una mínima
tregua…
Apuro la copa de vino
blanco para luego, inhalar el humo del pitillo número diez. Con éste, dejó hueco
en su pitillera para un mismo número de cigarrillo que brevemente, rosaría el
frio metal de aquel elegante estuche que esperaba ser ocupado nuevamente de forma
fugaz…
Pareciera que el
presente se convirtiera sólo en preguntas…
Clavó su mirada en el
horizonte. Respiró profundamente. Sintió sus pulmones oprimidos por la angustia; ¡de pronto!
le vino a la cabeza una máxima que con
los años hizo suya. ... Siéntate y
espera, que aquellos que te hieren suelen destruirse solos… (Antonio Sauret)
Esther Mendoza.
He sido un
luchador y eso quiere decir que he sido un hombre
(Goethe)
¡Esa edad... de los 40 y tantos...! ¡Cómo me descubro entre tus reglones..., aún sin abuelo corsario! Gracias.
ResponderEliminarAunque suene repetitivo, es hermoso lo que escribes y me quedo con la frase ..Siéntate y espera, que aquellos que te hieren suelen destruirse solos… (R.S)... que has incluido y resuena en cada linea de tu Texto.
ResponderEliminarAhora esperare el nuevo texto que escriba tus manos. Gracias Guapísima,