Poso sus pupilas en los
barrotes invisibles que estaban a punto de volatizarse. Durante años, comulgó con
un modelo de creencias que la incluía en una estirpe sin corajes…, adict@s a la
resignación de permanecer en un subliminal cautiverio que asfixiaba cualquier
oportunidad de fuga hacia la libertad que ¡todo espíritu! trae consigo, sin
embargo, no podía juzgar al colectivo al que había guardado lealtad. Por imitación
formó parte de un grupo que pervive encadenado a obsoletas normas y egos tiranos.
Esa mañana sus ideologías se tambalearon en aras de un credo
que ya no rezada. Todo aquello que adoctrino perdía forma, se desdibujaba en el
horizonte impuesto como un altar para aquellos qué, abrazaban y entendían la resignación
como un castigo, en vez, de un detonante que lanza al vacío con la esperanza de
volar a los osados que luchan sus metas, en definitiva, son los objetivos lo que justifica nuestro paso por el mundo terrenal…
¡Por fin!, despertó de
un sueño fraguado en el hastío que durante años se encargó de aniquilar su
albedrío. …. en un instante, ¡apresó! el impulso que la llevó a alzar el vuelo.
Tenía un compromiso con la felicidad…, su felicidad…
Diviso la tierra bajo
sus alas, un pasaporte a la magia de sentir… ¡resurgir de sus propias cenizas!
tomando las directrices de su única vida…
Se elevó con la convicción
de que, ¡las ausencias ya no dolían!, ¡los apegos no hacían mellas! y…, la
esperanza no confabulaba con la rendición…
Desde su cielo protegería
a aquellos que no cortaron sus hermosas alas. Su reflexión reposaba en la
sabiduría de un viejo olmo. “Las hojas se mueven con el viento, pero nunca
desaparecen de la visión del árbol que las cuida…”
La autentica familia, como los amigos y los buenos amantes.., comparten estaciones sin firmar contratos con letra
pequeña…
Esther Mendoza.
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