La tenue luz me lleva
por el pasillo que recorre parte de mi historia. Los fragmentos desordenados
van tomando forma a medida que les dicto un orden para no perderme por pasajes
fantasmas que se creen ocupas de algunos capítulos. Y, aunque la vida tiene el
don de eliminar cuanto le viene en gana, en lo pobre o en lo generoso, sin contar con mi
aprobación, ¡todo ello suma! al abandono caduco de un honor instalado en mi noctámbula
soledad….
Mejor, regreso a mi universo
sensible, donde el silencio acaricia las palabras que quedan atrapadas en mi
garganta, y, cuyos retratos de imágenes desdibujadas, aplacan mí melancolía…
Mis ojos recorren la
habitación, no estoy solo. No consigo
abandonar esta molesta sensación de
residir en una vida ajena a mí, y, a la vez, ser parte intima que llena los
huecos vacíos de un hogar…
Mi inocencia contempla
las expresiones familiares que disfrazan emociones ajenas para mi; la de unos seres a
los que me unen lazos indivisibles. Una elección natural que forma parte de mi
paso por este plano. Voces allegadas, rostros que buscan mi proximidad en impolutos
comportamientos, gestos afines en refinadas
sonrisas qué, acompañan tímidas caricias que se pierden entre mis rizos rebeldes. Por alguna razón que aún no entiendo, no me emociona, no me importa…
Por inercia cierro mis ojos, alejándome de una
fusión que no encaja, sin embargo, ellos esperan que salga de mis labios una
hilera de pensamientos hilvanados en palabras qué, desvele mis silencios. Una frase, una palabra que
acorte la distancia que nos separa, esa distancia insalvable que nace entre el mundo infante y el abismo de los
adultos…
Rostros portadores de caretas llevadas inconscientemente. Anacrónicas en un modelo pulcro de emociones tangibles que adolece de misericordia. Adeptos a encorsetamientos
afectivos filtrados por un veredicto adulto que sentencia una plegaria ajena al quebradizo humano.
Una inconquistable
vulnerabilidad alza la espada de Damocles en pos de una máxima que ha asfixiado a
sus niños interiores…
Observo el movimiento
de mis piernas. Un arrullo amigo que me mostró en la cotidianidad de los días, el suplicio incomprensible que expatria mi dosis de afectos…
Desde un patio de
butacas, advierto los movimientos de los transeúntes de una vida en común. Personas ajenas a estos pensamientos, comulgan con las etiquetas impuestas qué, les obligan a danza en la clandestinidad de la voluntad..., a solas, en silencio, con un niño que aprendió a acunarse solo…
Almas huérfanas de mohínes y palabras que exilie el solitario
arrullo que pide a gritos el rescate de su identidad infante…
Sé, que esperan de mi, palabras que acorten desemejanzas que destierre el frío manto que ha mutilado sus capacidades de entrega.
embiste su memoria fotogramas dolorosos que se cuelan en la ausencia de unos
brazos que nunca, le acunaron…, le arroparon…, susurrándole al oído, una nana que enviudó
con su primer llanto…
Sus piernas mecen el
resto de su cuerpo. Un cuerpo de pocos años que entorna los parpados para
reencontrarse con el alma que le abriga y calma el tiritar de su corazón
sediento de amor y protección…
Deja voces a los lejos
entornando sus ojos. Imagina unos labios
posándose en su frente, un abrazo tardío, y, unas maternas manos jugando con los mechones de su cabello…
En la distancia oye el
canto de las sirenas que se despiden del marinero. Durante una vida, ha surcado
las entrañas de los océanos buscando alivio en la sal que bañara sus
cicatrices. Esboza una sonrisa al perderse entre los recovecos de su memoria al
recordar con cierta melancolía, las fisuras de una vida carente de la complicidad
propia de unos lazos inquebrantables.
Batallas campales se cobraron durante años un feudo legítimo que perdió posiciones ante
aquellas corazas de acero cuyas cerraduras, evitaba entrever sus
propias tormentas…
Las finas arrugas que
dibujan hoy su rostro de adulto, desdibuja el gélido rastro de una añoranza ante la llegada de una cálida brisa qué, inesperadamente, se cuela por los
poros de su piel, por las rendijas de su
alma de niño grande, que a manos llenas le ofrece un mapa de ruta que la lleva a posar un cálido beso en sus labios..
….Abre sus ojos. Cruza
su mirada con ese rostro recién llegado y, al tiempo que toma su mano, hecha el
ancla para conquistar a su destino, o quién sabe, si, a su burlona suerte…
El reflejo de un asiduo
y amigo balanceo, reconforta al adulto y recuerda al niño qué, nunca es tarde para ser, aquello que debió ser…
Ahora sus pupilas reposan
en otras pupilas, su mundo es compartido, la soledad se perdió entre las
esquinas de la ilusión dando paso a la dulce melodía de estar, y permanecer en
el arrullo de otra piel…
Esther Mendoza.
Delicioso y perfectamente hilvanado, me has hecho desear volver a nacer.
ResponderEliminarAbrazos querida amiga.
Gracias amiga por tu comentario, precioso. Todos deseamos alguna vez volver a la niñez...
ResponderEliminarUn beso enorme!