El único amuleto infalible se encuentra en nuestro corazón cuando va acompañado de la razón. E.M |
Cuando el ser humano se
encuentra en una encrucijada sin opciones que naveguen en el único océano
conocido, busca salidas que le ayuden a dilucidar aquel punto de estabilidad
perdido llamado razonable felicidad…
Sin embargo, cuando las
tormentas externas con pronósticos devastadores escondidos tras un paradigma de
promesas que no llegaron azotan indistintamente la fachada de nuestro
equilibrio, terminamos encallados, abatidos por olas cargadas de augurios en
los que creímos y nunca fueron rubricados. Y, como náufragos imbuidos por un eco que nos arrastra a la
deriva de un caos que pareciera no tener piedad, sentimos la avalancha de los
miedos paralizando la poca cordura albergada tras un Tsunami de despropósitos
que arrasa con la recompensa y los sueños de una vida.
Cuando abres los ojos después
de la tempestad, el tiempo ha tomado cuanto a su alcance fue encontrando despojando
de los más preciados tesoros materiales y sentimentales que un ser puede poseer. El cuerpo es arrastrado metafóricamente a orillas de una playa cualquiera donde
sus lugareños hablan de un plan b. Actitud
obligada a tomar en consideración como si de una verdad absoluta se tratara que
no admite replica convirtiendo el exilio en un paraíso llamado paciencia, cuya
máxima es un mantra que lleva la palabra “reinventarse”..
Para aquellos que no
tenemos pajolera idea cómo hacerlo cuando todas las alternativas se han borrado
del mapa de la coyuntura, recurrimos a pequeños amuletos en pos de una fe qué,
a veces, sentimos que nos abandona al delirio de unos cuantos ladrones que
tienen el poder y la potestad de robarte la ilusión.
Entonces, un pequeño
objeto físico, palpable, en el que se sustentan desesperadas suplicas por recuperar un velero
perdido, lleva al filo del milagro el final de una película en la que no se
quiere participar.
Afanes acompañados de
anhelos al borde del precipicio. La exterminación de cualquier nueva
oportunidad exige el uso de un amuleto que recuerde que los imposibles, hay que
enfrentarlos aunque en el horizonte no se dibuje la respuesta al arrojo.
El talismán adquirido bajo
el embrujo de la esperanza, llevará a cabo la viabilidad de historias no
fraguadas que esperan tener su lugar y tiempo. Capítulos no aptos en la niebla
de los hubieras. No conocen el despropósito
de un imposible, de una duda. Quieren su espacio y su protagonismo. Deleite
bordado en el alma de aquel que arriesga, cree y confía sin esperar respuesta de
la desidia humana.
Tal vez, en ese punto
de desesperanza y agotamiento los hilos del destino muevan piezas pujando por las
ocasiones tardías. Figuras humanas en movimiento convertidas en amigos, conocidos, compañeros, amantes, parejas y un no tan largo etcétera que se aferran
a los regalos de la vida simple con un yo
me lo merezco…
…. Pero..., ¿qué ocurre
cuando los deseos se cumplen y dudamos de su merecimiento?
Es probable que se
esfume como el humo del último cigarrillo del día…
Nunca se quedará
aquello que no duerme en el calor de la gratitud; un reconocimiento llamado
oportunidad o milagro…
En todo caso, siempre
podemos responsabilizar del destino final, al amuleto…
Esther Mendoza.
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